Por Ibon Guerra, Resumen Latinoamericano, 6 de julio de 2024.
Al
examinar la relación entre el arte y la revolución soviética, a menudo,
se ha solido establecer una diferenciación histórica, práctica como
teórica entre las prácticas artísticas iniciales de los vanguardistas y
el trabajo de «propaganda» del estado. Es decir, del mismo modo que se
han dejado de lado los principios políticos tanto de las producciones
artísticas como del trabajo teórico de los artistas relacionados con las
llamadas vanguardias soviéticas, también se han limitado los intentos
del Estado soviético de organizar los ámbitos de la cultura y el arte a
los ámbitos de la propaganda y la agitación. Por eso, este texto tiene
como objetivo hacer una aproximación a las vanguardias artísticas que se
desarrollaron en las primeras décadas del siglo XX en la Unión
Soviética. Asimismo, se realizará un breve repaso de la actividad
artística y política de los artistas que se unieron al proyecto de la
revolución y a la actividad de las instituciones para la planificación
cultural y artística del estado.
LAS VANGUARDIAS EN EUROPA
Hemos
repetido más de una vez, sin importar cual sea el tema u objeto de
investigación, que no se puede llevar a cabo un análisis serio sin tener
en cuenta todos los ámbitos que lo caracterizan. En este sentido, en
cuanto a la producción artística, entender esta como un objeto que posee
un lenguaje propio no significa, de algún modo, que no tengamos que
entenderla en relación a factores y elementos externos que los
convierten en creadores de significados. Dicho de otra forma, es
imprescindible analizar el contexto y sus condiciones, relacionándolas
con ellos, para poder entender las formas que adopta la producción
artística.
Es imprescindible
analizar el contexto y sus condiciones, relacionándolas con ellos, para
poder entender las formas que adopta la producción artística
De
acuerdo a esta idea, decir que el arte moderno fue una simple evolución
del arte de los siglos XVIII y XIX, limitar el cambio a una simple
ruptura estética, sería quedarse corto en el análisis y vaciarlo de
contenido. Como dice el historiador Eric Hobsbawn, el estudio de la
historia del arte que se dio entre los periodos de 1870 y 1914 es muy
apropiado para entender la crisis de identidad de la sociedad burguesa.
En términos generales, y por así decirlo, el arte no se sentía «cómodo»
en la sociedad. De algún modo, y sobre todo en el ámbito de la cultura,
los resultados de la sociedad burguesa y el progreso histórico, que
durante largo tiempo se entendieron como marchas adelante coordinadas
del espíritu humano, no cumplían esa función. Y ante esta situación el
arte reaccionó saltando hacia la innovación y la experimentación.
En
la primera mitad del siglo XIX, después de la Revolución francesa de
1789, junto al fortalecimiento de la moderna concepción del «pueblo»,
prevalecieron y se consolidaron tanto la creencia de la existencia de
una unidad espiritual y política de la sociedad como las ideas del
progreso y la libertad. Así pues, el rechazo del romanticismo en el
ámbito artístico caracterizó el comienzo de este siglo, al considerar
que ya no era una forma útil para la representación de la realidad de la
nueva sociedad construida sobre estas bases. A causa del comienzo de la
expansión del mercado de masas como por el interés que mostró el pueblo
llano por el arte, a partir de finales del siglo XIX se rompió un
cierto dominio de la cultura de «alto nivel».
En vísperas de los
levantamientos de 1848 los artistas e intelectuales se encontraron con
estas ideas, así como con la constitución política del proletariado.
Parece normal, por tanto, que en los tiempos en el que el ambiente
revolucionario se destacara en general la cuestión de «la realidad», que
este fuera el problema central en torno al cual se organizarían el
pensamiento filosófico, político, literario y la producción artística.
Comenzó la época del realismo. El crítico literario Belinski así decía:
«el poeta no puede vivir en el mundo de los sueños, ya es ciudadano del
reino de la realidad contemporánea». Efectivamente, el arte comenzó a
crear lazos con la realidad histórica, obviando la mitología, la
fantasía, la representación de los cánones clásicos de belleza… y
haciendo representaciones objetivas de todos los aspectos de la vida
cotidiana que ofrecía la realidad. A esta regla se mantuvieron fieles
artistas del estilo de Courbet, Daumier y Millet.
Sin embargo,
como el auge del socialismo y el movimiento obrero después de las
revoluciones de 1848 y la presencia del conflicto de clases eran cada
vez más evidentes, aumentaron las contradicciones y desacuerdos que
existían anteriormente en los levantamientos. Además, la creación en
1871 de la Comuna de París y los sucesos posteriores evidenciaron estos
indicios y supuso la ruptura de la unión histórica, política y cultural
de «la sociedad de Europa central» que venía del siglo pasado. Sabemos
que la creación de la Comuna sería de vital importancia en el ámbito
artístico y cultural. Pues, un gran grupo de artistas, poetas y
escritores apoyaron la Comuna y alguno de estos fueron parte activa de
las estructuras políticas. Asimismo, también hubo artistas que se
posicionaron en contra de ella, los cuales, aunque fueron favorables a
la República en los levantamientos del 48, vieron con muy malos ojos el
levantamiento obrero. Al igual que en Francia, también en muchos otros
países, la crisis que se dio durante estos años y la mencionada
«ruptura» afectó directamente al arte. El resultado de esto fue,
efectivamente, aquello que conocemos como «vanguardias artísticas». No
entraremos en profundos análisis de esta época, pero se puede decir que
en este momento posterior a la crisis los artistas se posicionaron a
favor de un arte más subjetivo e individual que rompería totalmente con
la anterior tradición estética. El realismo se veía con mal ojo entre
los círculos artísticos e intelectuales. Los artistas, tras la derrota
de la Comuna, se posicionaron con los valores de una burguesía que
estaba tomando posiciones totalmente conservadoras. Aún más, se
posicionaron en contra de las luchas del proletariado y optaron por
crear un arte que se situaba más lejos del «presente», dado que se
alejaron completamente de la realidad y reivindicaron la necesidad del arte por el arte.
Aunque
resulte difícil establecer las fechas exactas del comienzo de un
movimiento artístico como político, está claro que los primeros años del
siglo XX fueron de muchos cambios políticos y sociales. La
consolidación del capitalismo monopolista, los conflictos entre las
potencias capitalistas mundiales, el increíble aumento del fascismo y el
desarrollo de nuevas formas de estado trajo la terrible crisis que
estalló en la Primera Guerra Mundial. La guerra supuso la ruina, el
vacío y la pérdida del sentido de lo que hasta entonces se había
legitimado como un proceso de civilización en nombre de la razón y el
desarrollo humano. Ante esta situación, sobre las bases artísticas
establecidas a finales del siglo XIX los artistas se vieron obligados a
situarse en este nuevo contexto y se dedicaron a investigar nuevas
formas de entender el arte y su lenguaje, participando ahora sí en esta
decadencia histórica y cultural, algunos apoyándola y muchos otros
criticándola.
Se dedicaron a
investigar nuevas formas de entender el arte y su lenguaje, participando
ahora sí en esta decadencia histórica y cultural, algunos apoyándola y
muchos otros criticándola
En estos primeros años del
nuevo siglo, algunos artistas comenzaron a hablar de romper tanto con la
visión academicista, institucional y burguesa como con el orden social
impuesto. En una exposición celebrada en París en 1905 se inauguró el
fauvismo y después de él vino el surrealismo, el expresionismo, el
dadaísmo, el futurismo, etc. Ante los valores y moral burguesa, estos
movimientos buscaban, a través del arte, un proceso de liberación de la
subjetividad creativa. Es decir, la erradicación del arte como una
experiencia autónoma, y por tanto, institucionalizada rompiendo los
límites entre el arte y la vida. Se rebelaron contra lo que por aquel
entonces era el arte «hermoso», entendieron el arte como un mundo
subjetivo a expresar y para eso comenzaron a construir un diccionario,
forma y lenguaje estético completamente nuevo.
Aunque estos
movimientos de vanguardia que se dieron en varios países europeos
supusieron una enorme ruptura en la historia del arte, no tuvieron mucho
éxito fuera de los círculos intelectuales y artísticos, por lo que no
lograron llevar a cabo su objetivo, la «revolución artística». A pesar
de ser en aspectos formales una época de enorme experimentación y
producción artística, no se puede decir que desde el punto de vista de
la transformación de la sociedad lograran romper con los límites entre
el arte y la vida, ni que relacionaran eficazmente sus propuestas
artísticas con las ideas políticas y llevaran a cabo reflexiones
prácticas sobre la función del arte. Aunque muchos de estos artistas
estuvieran participando activamente en movimientos obreros, militando en
los Partidos Comunistas de la época o escribiendo manifiestos bastante
revolucionarios, en realidad, sus propuestas artísticas llegaban más
fácilmente a las clases medias y altas que a la clase obrera.
LA RUSIA PREVIA A LA REVOLUCIÓN
Hasta
el año 1905 el arte que desarrolló Rusia, tanto en el ámbito literario
como plástico, continuó con la tradición del realismo del siglo XIX. Sin
duda alguna, este siglo dio autores de gran renombre, como Gorki,
Tolstoi, Gogol o Levitán, y era impensable abandonar el legado artístico
de estos y comenzar a investigar nuevas formas. Además, el intento
revolucionario que fracasó en 1905 trajo consigo una violenta represión y
numerosos intelectuales y artistas que apoyaron el alzamiento optaron
por abandonar la lucha y refugiarse en sí mismos. Ello dio comienzo a lo
que Gorki denominó «el periodo en el que el pensamiento irresponsable
prevaleció por completo (…) la década más vergonzosa y desvergonzada en
la historia de los intelectuales rusos». De la misma manera que ocurrió
en otros países europeos, en Rusia el cambio de contexto, la cambiante
situación económica, social y política y la desesperanza por el fracaso
del levantamiento influenciaron por completo el arte y la cultura.
Y
es que, en este contexto, la vida artística moscovita era muy intensa.
Las obras de movimientos artísticos (futurismo, fauvismo, cubismo) que
se estaban desarrollando en diversos países europeos (sobre todo en
Francia) eran de sobra conocidas en los círculos de artistas y los ricos
comerciantes de arte tenían en sus colecciones obras de artistas como
Cézanne, Picasso y Matisse. Poco a poco, los artistas del país que
rechazaban la tradición cultural del realismo, a la hora de desarrollar
nuevas formas de responder a la nueva realidad que vivían, se centraron
en estos movimientos artísticos. Tomando como base estos nuevos
movimientos surgieron numerosas experiencias nuevas y en pocos años
tuvieron un enorme desarrollo en Rusia. Este «proceso creativo» abrió el
camino a experiencias y producciones muy diferentes, y así se sembraron
las primeras semillas de los que serían los estilos y movimientos
artísticos que hoy conocemos como vanguardias artísticas. Como el
suprematismo que se desarrolló al frente de Malévich o el
constructivismo que se inició con las obras de Tatlin.
Estos
artistas proponían una absoluta ruptura con las formas tradicionales.
Rompían con los sistemas de representación admitidos hasta entonces en
el seno del arte académico burgués y proclamaban constantemente la
necesidad de nuevas formas de entender el arte y, por tanto, de hacerlo.
Asimismo, mientras Malévich rechazaba la representación y la
«objetividad» de la realidad en estos años previos a la revolución,
Tatlin se dedica a plantar las primeras semillas para pensar sobre la
posible vinculación del arte con la sociedad. Así, las inquietudes de
estos dos artistas tras la revolución de 1917 se convirtieron en dos
formas muy diferentes de entender el arte, en dos movimientos. Así se
dio un cierto pistoletazo de salida a un debate que sería constante en
el ámbito artístico y cultural de la Unión Soviética en los próximos
años.
LAS VANGUARDIAS Y LA REVOLUCIÓN
Si el
fracaso del levantamiento de 1905 llevó a muchos artistas e
intelectuales a obviar la función social del arte, a refugiarse en sí
mismos y al misticismo, la revolución de 1917 tuvo, para muchos, el
efecto contrario. Es imprescindible destacar este suceso, pues la era de
la cultura soviética y su producción de arte empezó en estos años y
contextos tan convulsos como potentes. Dicho de otra forma, un cambio
tan radical en la naturaleza del estado condujo inevitablemente al
desarrollo de nuevos proyectos estéticos acordes con la revolución.
«Esta
es mi revolución» gritó el poeta Mayakovski tras la Revolución de
Octubre. La mayoría de estos intelectuales y artistas eran miembros de
la burguesía creada dentro de la decadencia zarista, pero que estaba
pendiente de consolidarse en la estructura social del país. Así, cuando
se dio la revolución, aunque algunos artistas se exiliaron, otros se
posicionaron a favor de la revolución, querían participar en la
construcción de esta nueva vida. Es más, a su parecer, el contexto de la
revolución y el nuevo orden social que estaba a punto de construirse
les abría un espacio privilegiado para reivindicar su visión y función
del arte y ponerlos en beneficio de la clase obrera, de la revolución y
la transformación. Muchos artistas participaron activamente en el
movimiento revolucionario, como Blok, Gorki, Tatlin y Lissitziki.
Varios artistas participaron en los ministerios, en los soviets, en el
departamento de cultura, etc.
El
contexto de la revolución y el nuevo orden social que estaba a punto de
construirse les abría un espacio privilegiado para reivindicar su
visión y función del arte y ponerlos en beneficio de la clase obrera, de
la revolución y la transformación
En el periodo
inicial, la mayoría estuvieron trabajando en la propaganda, construyendo
imágenes, carteles y gráficas a favor de la revolución. Asimismo,
buscaron una fusión del concepto, la forma y el contenido y explicaron
las necesidades y el sentido de la revolución a una población
eminentemente analfabeta. Trataron de diferenciarse de la vieja
tradición en su intento de crear una cultura universal que todos
pudieran apreciar y comprender.
De todos modos, como se ha
mencionado anteriormente, no todos los artistas entendían del mismo modo
el papel que debía desempeñar el arte en la sociedad y en la
revolución, y por lo tanto, la forma que esta debía tomar. Por su parte,
los suprematistas tenían serias dudas sobre la autenticidad del arte
«dependiente» de las organizaciones sociales o del estado. Malevich, por
ejemplo (aunque en los primeros había tomado parte activa en las
instituciones soviéticas), hacía una clara distinción entre la
sensibilidad plástica y los «problemas» de la vida, que para él se daban
en dos ámbitos completamente distintos. Según él, «el suprematismo,
tanto en el ámbito de la pintura como de la arquitectura, no debe
responder a ninguna tendencia social o material».
Los
constructivistas, en cambio, concebían el arte como instrumento para
construir una nueva sociedad. Los diversos grupos de artistas que
trabajaban en el desarrollo de formas apropiadas para movilizar a las
masas obreras, creían que una de las tareas del arte era responder a las
exigencias que implicaba la construcción del «hombre nuevo», la
creación de una cultura y una sociedad revolucionaria.
Los
investigadores consideran que la revolución y la posterior guerra civil
proporcionaron tres elementos fundamentales para el desarrollo del
constructivismo y otros movimientos y estilos artísticos directamente
relacionados con el movimiento revolucionario: los artistas adquirieron
experiencia en agitación social y trabajo político, adquirieron una gran
experiencia práctica a la hora de resolver problemas artísticos gracias
a debates e investigaciones y, finalmente, les proporcionaron una
ideología revolucionaria que determinaría el rumbo de sus obras: el
marxismo.
Los artistas
adquirieron experiencia en agitación social y trabajo político,
adquirieron una gran experiencia práctica a la hora de resolver
problemas artísticos gracias a debates e investigaciones y, finalmente,
les proporcionaron una ideología revolucionaria que determinaría el
rumbo de sus obras: el marxismo
En este contexto debemos entender también la creación del LEF (ЛЕФ)
el Frente de Izquierda de las Artes. Este grupo estaba formado por
artistas de diferentes disciplinas, entre ellos el director de cine
Eisenstein, el dramaturgo Meyerhold, el escritor y dramaturgo Babel, el
poeta Mayakovski, la poeta y pintora Stepánova o el fotógrafo y pintor
Ródchenko. El compromiso revolucionario estaba en la base del trabajo de
estos artistas. Consideraban que el nuevo arte en desarrollo debía
necesariamente considerar la revolución y al recién creado estado
socialista. El arte debía pasar de ser de un mero experimento de las
formas al motor de las ideas desarrolladas en el seno de la revolución y
de la expresión de la «verdad revolucionaria». Según ellos, «no fuimos
estetas, no hicimos arte por amor a nosotros mismos. Aplicamos nuestros
métodos de trabajo a la actividad artístico-propagandística exigida por
la revolución. (…) LEF sacudirá a las masas con el arte, reforzando su
capacidad organizativa».
Pero, tanto los artistas que rondaban en
torno al grupo LEF como muchos de los que participaban en otras
instituciones soviéticas tenían claro que este objetivo no podía
desarrollarse dentro del lenguaje y las formas de la tradición artística
del siglo XIX. Tenían claro que el camino era la producción de nuevos
contenidos y formas y que para ello era imprescindible romper con las
formas artísticas del pasado y con los fundamentos estéticos de la
sociedad burguesa.
Los constructivistas llamaron «trabajo de
laboratorio» a la investigación formal que se inició en esa época. Estos
procesos de experimentación con los elementos que constituían la forma,
el material, el color, el espacio y la construcción no se limitaban a
la mera experimentación, sino que era espacios para la creación de
criterios artísticos y leyes generales que resultarían útiles en la
práctica posterior de esta investigación y experimentación formal y
teórica para el cumplimiento de los objetivos planteados al arte.
Romper
con los límites entre el arte y la vida implicaba investigar nuevas
formas de hacer arte y de difundirlo. Crearon nuevas modalidades de
museos y grupos para hacer arte de forma colectiva (a menudo los
artistas no firmaban sus obras, firmaban en nombre del grupo). Así decía
Mayakovski: «no necesitamos mausoleos para adorar el arte, necesitamos
un arte vivo que vaya a estar en la calle, en los tranvías, en las
fábricas, en los talleres y en las casas de los trabajadores. Las calles
serán nuestros pinceles y las plazas nuestras paletas».
Siguiendo
con esta idea, uno de los proyectos más importantes que mezcló las
distintas prácticas artísticas tras los primeros años de la revolución
fue la producción gráfica y política Agitprop. El objetivo de artistas
como Serguéi Tretiakov y Alexander Ródchenko era interpelar directamente
al espectador o lector (a las masas trabajadoras) mediante un gesto
provocador y difundir mensajes que estuvieran al alcance de estos. Por
eso los pintores rechazaron la pintura sobre lienzo y empezaron a
producir carteles y murales, así como a llevarlos a las calles y
fábricas en lugar de colgarlos en los museos. En estos primeros años
Agitprop utilizó dos estrategias principales. Por un lado, colocar
puntos fijos de agitación y propaganda en lugares estratégicos del país,
y por otro, hacerlo a través de elementos móviles. Así, entre los años
de 1918 y 1921 se llevaron a cabo campañas para pintar trenes y barcos
que atravesaban gran parte de la URSS. Dentro de estos se encontraban
bibliotecas, salas de cine, teatros… para cuando llegaba el tren o el
barco a las zonas periféricas los ciudadanos pudieran ver películas o
teatro, leer libros de la biblioteca, escuchar mítines de políticos o
reunirse con las autoridades. En marzo de 1919 uno de los documentos del
departamento de agitación del VTsIK (Comité Ejecutivo Central Panruso)
decía: «con estos trenes llega a todos los rincones de la República la
palabra de la propaganda y la agitación. (…) Cada tren cuenta con una
biblioteca, un cinematógrafo y una sucursal ROSTA (telégrafo). Junto al
tren hay una mesa de información que recoge las quejas y da respuesta a
todas las preguntas locales (…). Los artistas pegan carteles en los
trenes que pasan y en las ciudades y aldeas donde el tren se detiene.
Desde el tren se reparten periódicos, octavillas y telegramas en aldeas y
ciudades».
Para estos artistas era fundamental acabar con las
formas individualistas de producción y consumo del arte burgués, de que
el arte estuviera orientado a la contemplación pura, a que el arte se
integrase en la vida. Y por eso, precisamente, pusieron en marcha estos
proyectos. Con el objetivo de colectivizar la producción del arte y
extender su consumo a las masas obreras para organizar las formas de la
cultura proletaria, se crearon diferentes acciones y soportes. Por
ejemplo los productos industriales diseñados por Tatiln, los diseños de
ropa de trabajo y deporte de Stepánova, los escenarios teatrales que se
construían en la calle para representar obras de teatro o carteles y
pósteres realizados por artistas como Ródchenko. Un ejemplo muy conocido
es el cartel Lengiz (1924-1925), realizado para impulsar la
lectura de la clase trabajadora, en el que el artista realizó un
fotomontaje con una fotografía tomada a la poeta y escritora Lilia Brik.
También
en el ámbito de la arquitectura durante estos años surgieron varias
escuelas de arte y arquitectura por toda Rusia. Incluso equipos de
arquitectos. En 1925 Moisei Ginzburg fundó la Unión de Arquitectos
Contemporáneos (OSA). Estos partían de planteamientos constructivistas.
Desde un punto de vista más funcional tenían como objetivo materializar
las ideas del comunismo y colectivismo. En palabras de Ginzburg: «al
crear una nueva cultura, la visión del arquitecto consiste
principalmente en dar forma a las cuestiones sociales de su tiempo y
construir nuevas estructuras arquitectónicas que sean útiles a la
época».
En los primeros años de la década de los 20, con la Nueva
Política Económica comenzó el intento de industrialización de la Unión
Soviética. Asimismo, se dejaron de lado palacios, iglesias y palacios
que se construyeron en siglos anteriores y se diseñaron los edificios
que el modelo económico y social de la Unión Soviética necesitaba, los
arquitectos como otros artistas se lanzarán a construir la idea de la
ciudad socialista. En este camino, el constructivismo siempre primó la
funcionalidad y la capacidad de adaptación a las necesidades de las
personas, por encima de la pretensión de crear «obras de arte» de
arquitectura. Un claro ejemplo de este nuevo modelo es la casa común Narkomfirn.
Esta es una de las construcciones más importantes de aquella época
pensadas tanto para socializar muchos aspectos del «nuevo orden social y
vida» como para liberar a la mujer trabajadora de los deberes
domésticos arraigados en la sociedad burguesa.
A pesar de los
desacuerdos de todos estos artistas y movimientos artísticos en la
cuestión de la forma y, a menudo, de la función del propio arte,
tuvieron un consenso bastante amplio en las teorías de Bogdánov y del
recién creado Proletkult, que sostiene que el socialismo se construía
por tres vías paralelas: la política, económica y cultural. Y para ello
era imprescindible crear una «cultura proletaria» que condenara la
cultura burguesa en su conjunto y la sustituyera.
LAS INSTITUCIONES
La
creación de la Unión Soviética y el cambio estructural social que
supuso implicaba también un cambio cultural radical. Pero, en el camino
hacia la construcción de esta nueva cultura, no tardó en aparecer la
necesidad de instituciones en el Estado soviético que la planificaran y
consolidaran. Las vanguardias soviéticas y los artistas que la
integraban no eran un sector marginal del ámbito cultural, formaron
parte de estas nuevas instituciones desde sus inicios y tuvieron parte
activa en su gestión.
La experiencia de la Unión Soviética nos ha
dejado ejemplos de planificación socialista de la cultura. Experiencias
que todavía hoy son bastante desconocidas pero que son imprescindibles
analizar de cara al contexto actual. En este artículo mencionaremos dos.
Dos ejemplos muy diferentes: por un lado, en cuanto a la época y el
contexto y, por otro, en cuanto a la función que desempeñaban.
Vjutemas
Poco
a poco, las propuestas realizadas por los movimientos de vanguardia
fueron ganando fuerza y el arte fue tocando cada vez más ámbitos de la
vida cotidiana: muebles, tejidos, carteles, trenes, etc. De este modo,
en la escena artística de los años 1920 prevaleció la negación del
concepto de arte mientras la idea de la unidad del arte y de la vida va
ganando fuerza.
En estrecha relación con esta idea en 1920 se crearon las Vjutemas (Вхутемaс):
escuelas de arte y diseño. Nacieron con la intención de trabajar tanto
la percepción artística como el desarrollo artístico individual en los
campos de la pintura, la arquitectura y la escultura, estrechando la
relación entre arte y política y combinándola con la producción
industrial. En él se formaban artistas, profesores y directores para
trabajar en el ámbito artístico, industrial y educativo. El plan de
estudios de Vjutemas era bastante similar al de Bauhaus (la escuela de
arte y diseño de la misma época de Weimar) en cuanto a su aplicación
práctica, aunque las escuelas rusas no incluían la fotografía y el cine
en su plan de estudios, ya que estos se utilizaban como recurso
complementario.
Proletkult
Proletkult o «asociación de la
cultura proletaria» fue fundada en octubre de 1917 y será una de las
asociaciones culturales más importantes de los años siguientes. Esta
institución, creada para educar a la clase obrera e impulsar la creación
de una «cultura proletaria» propia, estuvo muy ligada al Narcomprosa
(principal órgano responsable de la organización educativa y artística),
es decir, aunque no existieron vínculos orgánicos, mantenían una
relación muy estrecha.
El Proletkult se construía sobre tres bases
principales: (1) la creencia de que la cultura tenía tanta importancia
como la economía y la política, (2) la creencia de que la lucha cultural
debía estar separada de la lucha política y económica y (3) el
esencialismo proletario. Bogdanov será el máximo referente del
Proletkult. Este mantuvo numerosas discusiones con Lenin sobre las bases
teóricas y prácticas de la cultura y el arte del futuro. De hecho, este
último no compartía la visión de la «cultura proletaria» ni la actitud
de romper con toda la tradición artística y literaria rusa del siglo
anterior (considerada como burguesa).
Esta base teórica radical
dio lugar a varios conflictos. Por ejemplo, en 1918, varios miembros del
Proletkult se negaron a participar en un teatro soviético por la
participación en él de varios especialistas burgueses. Sin embargo, el
Proletlkult no funcionaba con una unidad orgánica, es decir, respondía a
las necesidades locales y a la visión de sus miembros: en Petrogrado,
por ejemplo, mientras desarrollaban producciones teatrales
experimentales, en Moscú, podían representar una obra clásica y
desarrollar grupos de lectura en zonas industriales. Pero, a decir
verdad, las vanguardias artísticas encontraron en Proletkult una base
política y teórica para oponerse a la tradición y a las instituciones
artísticas anteriores. Por eso, algunos de los artistas vanguardistas
más conocidos, Eisenstein, Tetriakov, Mayakovski y Bely, entre otros,
fueron profesores en las sedes del Proletkult.
Las mayores
instituciones de Proletkult, que se ubicaban en las grandes ciudades
industriales y en las capitales, crearon un aparato administrativo
similar al departamento de Narkompros, con departamentos locales
paralelos. Por ejemplo, la Proletkult de Moscú tenía un aparato
administrativo dividido en publicaciones, teatros, música, arte y
finanzas. Al mismo tiempo, Proletkult contaba con pequeños grupos en
casi todas las fábricas, por ejemplo, para que desempeñasen la función
de aprender y poner en práctica los elementos básicos del arte.
La
creación de estos grupos hizo que la relación entre los artistas (sobre
todo futuristas y constructivistas) y sus trabajos y las masas
trabajadoras fuera más directa. Como se ha dicho anteriormente, los
artistas veían en estos grupos prácticas acordes con sus ideas y esto
fomentó su participación activa. Precisamente por esto es importante
destacar la importancia que tuvo Proletkult en esos primeros años de la
Unión Soviética. A pesar de las controversias y dudas en torno a algunas
ideas y/o formas de actuar, se desarrolló una enorme labor a la hora de
desarrollar las ideas y prácticas propuestas por el Estado en el ámbito
cultural y artístico.
CONCLUSIONES
Hay
algo que es un rasgo común a todas las vanguardias que hemos mencionado
en este artículo: el deseo de influir en la transformación del mundo –en
la manera de entender la realidad social y la colectividad, la
comprensión del trabajo y la cultura…– que significaba romper con la
distancia entre el arte y la vida. Pero en sentido práctico esta idea se
desarrolló de forma muy diferente en varios países de Europa occidental
y en la Unión Soviética. Si en algo se diferencia la actividad de los
movimientos artísticos y artistas que se desarrollaron en Francia,
Alemania o Italia desde que se desarrollaron en la URSS es precisamente
en eso: que estos últimos fueron vanguardias soviéticas. Es decir, la
enorme producción artística desarrollada en aquellos años fue el
resultado del contexto extraordinario que abrió la revolución de 1917.
En vez de sectores marginales críticos que iban en contra del orden
social establecido, las vanguardias soviéticas tenían claro que el
proyecto histórico del socialismo llevaba consigo también la
emancipación de las áreas del arte y la cultura. Es decir, entendían su
«revolución artística» totalmente ligada a la construcción de la
revolución socialista y de un nuevo orden social. Ejemplo de ello son la
participación de numerosos artistas de la revolución y en las nuevas
instituciones constituidas en el seno del recién creado estado, las
campañas propagandísticas de ROSTA, los espectáculos públicos o el
enorme desarrollo de las escuelas de arte.
En
vez de sectores marginales críticos que iban en contra del orden social
establecido, las vanguardias soviéticas tenían claro que el proyecto
histórico del socialismo llevaba consigo también la emancipación de las
áreas del arte y la cultura
Estos artistas hacían
suya la creación de una sociedad comunista que se le opondría en su
totalidad a la sociedad capitalista que perpetuaba la sociedad de
clases. La necesidad de construir una nueva cultura, el deber de
trasladar el principio de organización comunista al ámbito artístico y
cultural; sólo en el escenario que abrió podemos comprender las obras de
arte, las posiciones políticas de los artistas o las políticas
culturales del estado que hemos analizado en este texto. Ya no hablaban
de hacer revolución en el «arte» ni hacer la revolución desde el «arte».
Sino de poner el arte al servicio de la revolución. De hacer del arte
un instrumento que responda a los intereses colectivos por encima de los
intereses individuales, de contribuir al cambio cultural radical (en el
proceso de construcción de la cosmovisión comunista) y de crear
instituciones que organicen y fortalezcan todo este trabajo.
Ya
no hablaban de hacer revolución en el «arte» ni hacer la revolución
desde el «arte». Sino de poner el arte al servicio de la revolución
Estamos
convencidos de que se nos pueden dar muchas claves y lecciones para
reflexionar sobre la naturaleza del arte revolucionario, la
colectivización de la producción artística, el acceso universal al
conocimiento artístico y cultural y el papel del arte y la cultura en
una sociedad comunista y que, por tanto, la vanguardia soviética es, sin
duda alguna, una experiencia que cualquier persona deseosa de tratar el
ámbito del arte y la cultura desde un punto de vista socialista debe
estudiar en profundidad.
BIBLIOGRAFIA
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Producción artística URSS Cultura
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