Monika Ertl: la mujer que vengó al ‘Che’ Guevara.
Una luchadora valiente que cumplió con su misión ...,
Mario Torres Dujisin*
- 3 octubre 2021
Monika Ertl en Bolivia
“El Dios de los blancos ordena el crimen. Nuestros dioses nos piden venganza”
Alejo Carpentier
En
1953, llegó a Bolivia una hermosa adolescente alemana, de sólo
dieciséis años, que se llamaba Monika Ertl. Iba a reunirse con su padre,
el cineasta bávaro y propagandista de las SS (Schutz Staffel: Escuadras de Protección de Hitler), Hans Ertl (Múnich 1908 - Bolivia 2000),
que había escapado de Alemania cinco años antes, junto con numerosos
asesinos nazis, involucrados en crímenes contra la humanidad, entre
ellos Klaus Barbie, el conocido ‘Carnicero de Lyon’, al cual Monika
llamaba «tío». Los trayectos de escape terminaban en paraísos
seguros como Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Esta
milagrosa fuga se denominó ratlines o Ruta de las Ratas,
fenómeno que contó con el decidido apoyo de la Iglesia Católica y los
servicios secretos de Estados Unidos
Hans Ertl, el padre de Monika, llegó en un barco de la ratline y desembarcó en el archipiélago chileno de Juan Fernández, lugar donde realizó el documental Robinson, en
1950. Luego, viajó a Bolivia; se fascinó con la exuberancia de la
selva, por lo que, finalmente, decidió establecerse en Chiquitania, un
pequeño poblado a cien kilómetros de la ciudad de Santa Cruz. En 1951,
compró una propiedad de 3,000 hectáreas en plena selva, entre la espesa
vegetación brasileño-boliviana que llamó, nadie sabe por qué, La
Dolorida. En la sala principal, colgaba un retrato del Papa Pio XII y
afiches de películas que había realizado como camarógrafo, junto a la
conocida cineasta nazi, Leni Riefenstahl. Su vecino y amigo era nada
menos que el futuro dictador boliviano, Hugo Banzer Suárez (1926-2002).
Dos años más tarde, Hans recibía a su familia en una casa construida
con material autóctono, que fue el hogar, hasta su muerte, en el año
2000. Naturalmente, la enorme hacienda asombró a la joven Monika, que
esperaba encontrar a su padre en la clandestinidad, como prófugo de la
justicia europea y no como gran latifundista. «Es gracias al trabajo y esfuerzo», respondía él. Pero, la pregunta que siguió flotando en la cabeza de Monika y que caía de cajón,
es de dónde, realmente, sacaban dinero e influencias los jerarcas
nazis, para mantener tal estándar de vida y sobornar a las autoridades
locales.
La
infancia de Monika transcurrió en una Alemania que vivía en medio de la
convulsión nazi, en un círculo cerrado y racista, en el que brillaban
siniestros personajes del holocausto judío; no obstante, para ella eran
amigos de la familia. De la potente propaganda nazi, ella admitía
solamente las imágenes que filmaba su propio padre, pero no el contenido
antijudío, puesto que tenía muchas amigas que asistían a la sinagoga y
no eran los monstruos que anunciaban los medios de comunicación, el
cinematógrafo y los muros de la ciudad. Ella adoraba el cine y a su
padre; por eso, cuando llegó a Bolivia aprendió el arte de su
progenitor, como camarógrafa y lo acompañó desde muy joven en las
filmaciones que hacía en la selva, donde sufrió un primer impacto al
encontrarse, a cada paso, con gente hambrienta y niños desnutridos.
Comenzó a comprender lo que era la miseria de campesinos sin futuro, que
se arrastraba por siglos.
Estudió
en colegios autoritarios y, como una forma de independizarse, al
cumplir 21 años, Monika se casó con Hans ‘Juan’ Harchies, un boliviano
de ascendencia alemana, dedicado a la minería y se estableció,
primeramente, en el norte de Chile, cerca de las minas de cobre; más
tarde frecuentó los yacimientos de Sewell, en la zona central del País
y, en ambas partes, conoció la sombría existencia de los mineros
chilenos.
A
pesar de que su matrimonio duró diez años, con el tiempo se fue
entibiando, hasta convertirse en dos extraños que compartían una
vivienda. Pensaban radicalmente diferente y miraban la vida con ópticas
opuestas. Decidió separarse. Sin embargo, este tiempo no fue en vano
para Monika. Conoció, personalmente, la desesperanza de los trabajadores
en Chile y Bolivia, considerándolo un dilema latinoamericano con raíces
más profundas que la «holgazanería de los pobres», como opinaba
su marido. También, dispuso de tiempo para leer y comprender que su
padre, a pesar de quererlo mucho, pertenecía a un grupo de alemanes que
perpetraron uno de los peores genocidios de la Historia y que su exilio
era, en realidad, una fuga de miles de criminales con pasaportes falsos,
otorgados por El Vaticano, bajo el mandato del Papa Pio XII, el ‘Papa
de Hitler’. Asimismo, descifró, a través de un historiador amigo, de
dónde provenían (en parte)
los recursos financieros para mantener el nivel de vida de los nazis en
América Latina: dos días después del suicidio de Hitler, el 30 de abril
de 1945, un destacamento de las SS, vestidos de civil, se abrieron paso
entre las fuerzas aliadas, llevando varios cofres de plomo escondidos
entre pertenencias personales, que dejaron en un lugar seguro.
Los oficiales de la GESTAPO [contracción de Geheime Staatspolizei –Policía Secreta del Estado–, durante el nazismo en Alemania]
se reúnen en Roma con el secretario de Estado vaticano, monseñor
Giovanni Battista Montini, más tarde el Papa Pablo VI y cierran los
acuerdos confidenciales, que suministran a los oficiales de la SS el
respaldo financiero e institucional. Por otra parte, se enteró por su
amigo que, en Flensburgo, base central de los submarinos nazis, cargaron
cien toneladas de oro y otros metales preciosos en varias embarcaciones
y, el 28 de marzo 1945, los sumergibles germanos llegaron a las costas
de San Clemente del Tuyú, en Argentina, donde los esperaban varios
camiones. No alcanzó a pasar un mes y se realizaron diversos depósitos,
con enormes cantidades, en diferentes bancos, a nombre de María Eva
Duarte, esposa del presidente Perón de Argentina y así sucedió con
numerosos gobernantes latinoamericanos. Grandes sumas de dinero, agregó
el historiador, también provenían de la comercialización de las 600,000
obras de arte que saquearon a sus propietarios (Cranach, Van Gogh, Goya, Rembrandt, Rubens, Tiziano, Velázquez y Klimt, entre otros).
Sin duda, disponían de enormes recursos para negociar y financiar
cómodamente su estadía y conseguir el respaldo de los gobiernos locales,
la Iglesia Católica y la CIA. Además, descubrió que su afectuoso «tío», Klaus Barbie, era el responsable, en Francia, de la muerte de 840 judíos, entre ellos 41 niños.
Al
principio, la sensibilidad social de Monika se volcó hacia las causas
nobles; entre otras acciones, ayudó a fundar un hogar para huérfanos en
La Paz, ahora convertido en hospital; pero, se dio cuenta de que las
obras de caridad eran migajas que no remediaban la condición de miseria
que genera el subdesarrollo. En ese lapso, hizo amistad con la izquierda
boliviana y comunistas alemanes, que fueron de importancia para su
postura política. Fue así como, a los 23 años, a finales de los 60,
todavía casada, ingresó al ELN (Ejército de Liberación Nacional) de Bolivia.
Inicialmente,
tuvo un papel más bien pasivo en la lucha guerrillera; pero, dos hechos
posteriores cambiaron su perspectiva: el 31 de agosto de 1967 muere en
combate la argentina Haydee Tamara Bunke Bíder, conocida como ‘Tania la
Guerrillera’; el otro hecho que la conmocionó fue el asesinato del ‘Che’
Guevara a quien ella admiraba, profundamente. Para entender a Monika y
su proceso personal, se hace necesaria una recapitulación del entorno
político.
Entre
1966 y 1967 se activa la Guerrilla Boliviana, también llamada Guerrilla
de Ñancahuazú, dirigida por Ernesto Guevara, quien organiza la
incipiente rebelión, duramente combatida por el Ejército de Bolivia, con
ayuda de Estados Unidos. En ese lapso, el ELN emprendió 22 batallas,
durante once meses, en situaciones adversas, como lluvia y frío en
terrenos hostiles, falta de agua y alimentos, que exigieron una
abrumadora cuota de sacrificio. El 7 de octubre, llegan extenuados hasta
la Quebrada del Yuro y, al día siguiente, el Che fue herido y apresado,
en una emboscada. Lo trasladaron a la escuelita La Higuera donde, sin
éxito, trataron de interrogarlo. La CIA lo quería vivo, para mostrar al
mundo su victoria sobre el terrorismo; pero, los generales bolivianos
René Barrientos y Alfredo Ovando decidieron asesinarlo. Ovando opinó que
«con la popularidad mundial que tiene este hombre, capaz que salga libre».
La orden llegó el 8 de octubre y la mañana siguiente, el suboficial
Marcelo Terán Salazar, con su ametralladora, le descargó nueve tiros en
el pecho.
Más
tarde, por órdenes del coronel y agente de la CIA Roberto ‘Toto’
Quintanilla Pereira, le cortaron las manos, como trofeo del militar
boliviano, bajo la excusa que era para verificar las huellas digitales.
Estos
sanguinarios hechos modificaron la perspectiva de Monika y, con esa
profanación, el coronel Quintanilla firmó su sentencia de muerte.
Desde
entonces, la apacible Monika se propuso una misión de alto riesgo:
vengar al ‘Che’ Guevara, en el momento que fuera posible. Se dedicó,
inicialmente, a la reconstrucción del Movimiento, ayudando a los
combatientes que habían sobrevivido, particularmente a los hermanos Inti
y Chato Peredo, incondicionales del ‘Che’ en la dirección del ELN y,
gracias a su capacidad de organización, se convirtió —bajo el nombre de
batalla ‘Imilla’— en una de las principales dirigentes de la
organización, participando directamente en acciones rebeldes, como en el
atraco a un banco, para recaudar fondos. En 1969, Monika recibe otro
golpe: el coronel Quintanilla da muerte a Guido ‘Inti’ Peredo, después
de torturarlo brutalmente, en un operativo urbano calificado como «baño de sangre», asesorado por Klaus Barbie, que trabajaba en operaciones de Inteligencia del Ministerio de Interior.
Aparte
de ocuparse de las operaciones del ELN, a Monika le daba vueltas en su
cabeza la idea de castigar el ultraje a su comandante Guevara y la
muerte de sus compañeros. Cabe destacar que con Inti Peredo mantuvo una
relación amorosa, durante ese periodo. El militar boliviano figuraba en
primer lugar como ‘blanco’ de los guerrilleros. Por esta razón, en 1970,
temiendo por su vida, el gobierno lo envía a Hamburgo, como cónsul
general. Cuando Monika se enteró, la idea comenzó a tomar cuerpo y
resolvió que, para la venganza, ningún camino es largo. Viajó 11,000
kilómetros a su país natal y se instaló en Hamburgo.
La
madrugada del 1° de abril de 1971, Monika ajustó la falda, terminó de
maquillarse para colocarse la peluca y acomodarse los guantes. Al
mirarse al espejo, parecía una actriz de cine. Subió al Metro, algo
nerviosa y descendió en la parada anterior a su lugar de destino. Caminó
rápido hacia el consulado boliviano, donde había solicitado una cita
con el diplomático, presentándose como turista australiana. La
secretaria la hizo pasar a la oficina del señor Quintanilla, para que lo
esperara. Su mirada recorre una imagen del Lago Titicaca, que colgaba
en el muro, junto a diplomas militares y fotografías de él, en uniforme.
Ella palpó, apaciblemente, el arma liviana que llevaba en la cartera.
Quintanilla,
conocido mujeriego, se engalanaba siempre que tenía una reunión con el
sexo opuesto. Ese día, vistió un traje oscuro, corbata de lana azul que
contrastaba con la impecable camisa blanca y el bigote afeitado al
estilo militar. Llegó a las nueve treinta y, al entrar en su despacho,
quedó perplejo con la belleza de la mujer que lo aguardaba. Se acicaló
el bigote con sus dedos y le preguntó, con una sonrisa seductora «¿En qué puedo servirla?»
Ella se levantó calmadamente, sacó el Colt 38 y le descerrajó tres
certeros balazos en el pecho. En los segundos que apuntó, antes de
apretar el gatillo, él se quedó inmóvil, como petrificado. Sabía que lo
buscaban los guerrilleros; pero, nunca pensó que la venganza lo
sorprendería encarnada en una mujer tan atractiva, de profundos ojos
color del cielo. La secretaria, al escuchar los balazos, se encerró en
el baño y, al salir, encontró, tiradas en el piso, la peluca, la
cartera, el arma y un trozo de papel, donde se leía «Victoria o Muerte. ELN».
Lo
único que se logró descifrar fue que la pistola utilizada por Monika
pertenecía al editor, político y activista comunista italiano,
Giangiacomo Feltrinelli quien, en ese período se encontraba en la
clandestinidad política. Nunca se pudo probar la autoría de la
guerrillera; sin embargo, comenzó una cacería que atravesó países y
continentes, siendo la mujer más buscada del mundo por los servicios
bolivianos y la CIA. Fue vista en Francia y en Cuba, utilizando un
pasaporte argentino, aunque al final regresó a Bolivia. Esta persecución
sólo encontró su fin cuando Monika fue apresada, el 12 de mayo de 1973,
en una emboscada que le tendió su «tío» Klaus Barbie que, por una casualidad, días antes la había reconocido en una plaza, en La Paz, vestida de hippie,
junto a un compañero de cabello largo. La siguieron por algunos días,
hasta que se produjo la encerrona, en la cual fue arrestada, torturada
y, luego, asesinada. El cuerpo nunca fue entregado a sus familiares y
yace en una fosa común, en algún lugar desconocido del país boliviano,
destacando, una vez más, el lado invisible de una mujer que lucha por
ideales de su época. Para algunos, su nombre quedó estampado como
guerrillera, asesina o terrorista; pero, para otros, como una mujer
valiente, que cumplió con una misión.
Agradecimientos
por sus aportes y observaciones a la pintora y diseñadora croata, Duška
Markotić, desde Ciudad de México, al historiador y periodista Mario
Dujšin desde Lisboa, a la compositora Verónica Garay desde Puerto
Aventuras, México
*
Economista, sociólogo y escritor. Chileno, croata, nacido en Santiago
de Chile, actualmente reside en la Riviera Maya, México, representando a
la Sociedad de Escritores de Chile.